26.12.07

Hombre

Si bien es cierto era todavía un niño, siempre le tuve miedo saludable a la palabra hombre. Mas allá de definir mi especie o género, eran zapatos muy grandes para los que tenía que crecer demasiado y madurar más para que me quedara el término.

No me sentí hombre después de las rasuradas iniciales. Ni con mis primeros amores. Y aunque cuando papi me presentaba con otros y decían “Ya es todo un hombre” por mi desafinada voz mutante y veían mi enclenque bigote, todavía no. Ni cuando escogí carrera, ni cuando en lugar de pedir permisos, solo avisaba que no iba a llegar a dormir. Ni cuando me lavaba la ropa yo mismo, ni cuando la aplanché. Ni cuando sabía cocinar o limpiar o encargarme de la casa o me tocó hacerlo. No…

Ni cuando cumplí dieciocho. Tenía pereza de recoger la cédula y a diferencia de Christian, que celebró su obtención fumándose un cigarro o de Max, que se la restregó en la cara a su madre, yo duré siete meses en traerla y no me impresionó en lo mínimo la porquería esa… qué diferencia marcaba? Tampoco sentí que fuera hombre cuando tuve trabajo, aunque ya podía hacerme cargo de mí o salir con alguien pagando yo.

Tampoco cuando me fui de la casa de mis padres a los 22. Sentía que la historia comenzaba apenas, y no me equivoqué. No me sentí hombre cuando me hice de casa, con todo y que no subestimaba el logro. Ni cuando pensé en casarme, o después de abortar el proyecto. Un verdadero hombre no constaba en predicarlo, ni sentirse, sino asumir la responsabilidad de la vida como tal. No es el que brilla, ni el que habla, ni el que se ve, ni el que se rasca o se queda viendo todos los fondillos transeúntes, ni el que flirtea con toda enagua. No, es mucho más para mí.

Mi vida se definió (y llamo a eso justo al proceso de entender que muchas de las cosas que daba por hecho comenzaron a cuestionarse difundirse, secarse, quebrajarse y tuvieron un escandaloso colapso), dando lugar a un precario sistema de verdades básicas, complicadamente simples, o simplemente complicadas.

Y volví a medirme bajo esos nuevos estándares, y me di cuenta que no soy más que un cobarde en busca de terapia, un potencial ganador (lo que me convierte en un seguro perdedor) que ya no se desvive tanto por serlo, y los restos de un romántico idealista con un castillo de cristal quebrado, que comenzó a enamorarse de su nuevo disparate por que ya nadie podía hacerle más quebradijo que el que ya tienen…

Y experimenté la emancipación de no sentirme mal por mis fracasos, mis defectos, ni cargarme por los que otros tengan. E inventé una receta: mezclar mis lágrimas con las de otras personas, hacer una sopa cocida bajo el calor de las pruebas, que generaba un bebedizo amargo, dulce y espeso como el chocolate negro, que me daba energía, me producía la sensación de estar enamorado, mas con un perenne nudo en la garganta, una bizarra urgencia de compañía y el conforte de un abrazo al mismo tiempo.

Entonces, más sorprendido que orgulloso, tuve que admitirlo. La hora ha llegado; es momento de repetir las palabras de Debravo: “Soy un hombre, he nacido, tengo piel y esperanza”.

1 comment:

marcela said...

Me parece muy curioso que hagas un post sobre qué significa ser hombre. Hace poco estaba limpiando una caja llena de papeles del recuerdo y encontre un como ensayo que hizo un tipo en un foro de internet sobre qué significaba eso para él. Si lo encuentro te lo mando.