1.9.08

Clavo



Contemplamos, un clavo en la pared; silencioso, oculto, constante, quedito. Alguna persona pudiera incluso concluir que se trata de un ente aburrido. Pero antes de que caigamos en el mismo error, considerá la posibilidad de verlo de otro modo. Después de todo: entendés la función de los clavos que retienen los materiales que posiblemente estén sobre tu cabeza en este instante de no caerte encima?

Cuándo fue la última vez que agradeciste la existencia de los clavos? Pensalo bien: se trata de héroes minerales que abandonaron su hábitat natural, y que pasaron un fuerte período de prueba y entrenamiento bajo intensas calderas en las que pudieron liberarse de imperfecciones y contaminaciones, y luego de una fuerte labor de refinamiento físico, lograron tener la figura perfecta.

Los clavos son modestos y humildes: no suelen ser inmensamente grandes, ni definen su fortaleza por su grosor; no. Ni siquiera se preocupan por destacar (algunos a costo de su cabeza). Son suficientemente grandes como para tener el alcance que se requiera, y se aprovechan de su escaso diámetro para ser incisivos y dar en el punto que se necesita. Su fortaleza no la define su apariencia exterior sino la solidez interna, y tienen que llevarse muchos golpes antes de llegar a donde tienen que.

Hablando de apariencia, los clavos tienen otra razón por la que merecen nuestro encomio:
Si bien es cierto que se han encontrado clavos datados entre mil trescientos o mil doscientos antes de la era común de bronce recubiertos de oro batido, la estética de los clavos no es atractiva: como todo aquello que es muy agudo, dan miedo. Uno puede tratarles hasta con distancia por miedo a ser herido por uno. Sin embargo antes de preocuparse por cautivar, ellos se enfocan en la función, y se olvidan de la vacuidad de la forma para ser efectivos antes que atractivos. Esto con todo y que muchísimas piezas de decoración llevan dentro de sí innumerable cantidad de clavos, estos feos clavos, ocultos en sus entrañas. La belleza puede ser vana, pero la utilidad si que da un aporte.

Lo más difícil en la carrera de un clavo, no es llegar a su objetivo, con todo y que ya conlleva harta complicación. Lo realmente difícil, es mantenerse. Es la estoica tarea de mantener lo que se le encomendó tal cual, inmutados, para cumplir un propósito. Es vivir confinados a una misma posición, en un universo que se mueve coreográficamente segundo a segundo, para dar siquiera una sensación de estabilidad (aunque no exista tal), de que contamos con algo que no caerá en el caos, que no se va a ir, para beneficio de nuestro espíritu…

Ahí está nuestro héroe: imbuido con todas sus fuerzas en un cuerpo de difícil acceso, para promover la unión con un vecino de las iguales matices. Otros optan por imbuirse parcialmente, para dedicar la otra mitad de su existencia a colaborar con otras cargas: cuadros que hagan la vida de alguien más colorida, llaves que permitan a otros acceder zonas importantes, o en algunos casos, prendas que brindarán abrigo a la desnuda piel de un ser viviente, sin siquiera cuestionar si se lo merece.

El sabio rey Salomón, como sabio que fue, pudo detectar el gran valor de ellos, y metaforizando la estabilidad que brindan, comparó a clavos aquellas personas que se rigen por buscar ‘colecciones de sentencias’ sabias (Eclesiastés 12:11). Tenemos mucho que aprender de los clavos.
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1 comment:

marcela said...

Este sería un buen artículo para una revista arquitectónica.