17.8.07

Tina [10]

Cualquier entierro, -en especial este- es la cruel bofetada que me recuerda con risa burlesca: la miserabilidad, crueldad, la humillante experiencia de la muerte nos obliga, no importa cuán poderosos nos sintamos, conquistemos, hagamos, todo se va en un cerrar de ojos (no, abrir no…).

Conflictúa ver cómo a nivel de sociedad tratamos de dignificar con nuestros dogmáticos protocolos de flores, estuches finos, discursos altisonantes, vestimentas elegantes, la cruda ley de que nos vamos a volver polvo, y que ese ser humano que amamos, con todo nuestro corazón, se descompone en una lúgubre cripta mientras vivimos un duelo.

La Biblia misma afirma como “hecho calamitoso”: “Todos son lo mismo […]. Un mismo suceso resultante hay para el justo y el inicuo, el bueno y el limpio y el inmundo[…]. El bueno es lo mismo que el pecador; el que jura es lo mismo que cualquiera que ha temido un firme juramento” (Ecl 9:2,3). No es que no tenga esperanza, de hecho así es. Pero si Jesucristo lloró cuando al morir Lázaro sus hermanas se lamentaban, incluso previo a resucitarle; no es también humano sentirse afectado por el cruel recordatorio del párrafo anterior? La muerte nunca fue parte del plan Divino para empezar, sino un castigo.

Sin embargo, el shock todavía me tiene cautivo. Solamente he logrado derramar una lágrima, hoy en su entierro, al escuchar a alguien decir ‘Tina se nos fue, ahora sí!’. Sé en mi corazón que el asunto no ha terminado, y yo mismo no termino de entender por qué a pesar de que no he intentado negar mi duelo, no he pasado por el período complejo emocionalmente bajo que eso imputa.

Tal vez, estoy alegre por que Tina ya no sufre. Además me reconforta la idea de que su familia, ya no viva la desesperante situación de saber que Tina ya quería morir, pero su fuerza característica no la dejaba descansar, y su existencia no cesaba. Tal vez mi duelo se ha comenzado a elaborar desde que comencé a escribir esta serie de posts, en la que he podido compartir con ustedes lo que es, y al recorrer en el tiempo las escenas y vivencias siento que mucho de lo mejor de Tina esta pragmado en mí, y me permea…

Tal vez me ha reconfortado el alivio del soporte emocional de mis hermanos en la fe, mis amigos, y mis excompañeros de trabajo que han estado ahí pendientes y siempre pendientes de cómo estoy. Tal vez tengo la conciencia limpia de que las noches que dediqué a cuidar a Tina, han sido momentos de compartir que han coronado la ya de por sí maravillosa compañía de la que he sido bendecido de disfrutar a su lado.

Así que hoy, mientras los que la beatificaban la beatificaron, y mientras los que aprovecharon egoístamente el funeral de Tina para apuntar hacia sí mismos y su pseudo sui-géneris relación con Tina, esos, todos esos que no la visitaban ni la ayudaban pero que luego de su muerte eran los más maravillosos y compasivos seres humanos, yo andaba sumido en los verdaderos momentos importantes con Tina. Algunos de los cuales ya les conté.

“Por esa señora, es que te conocimos a vos”, me dijo una excompañera de trabajo. Y entonces me dí cuenta que yo he andando predicando su evangelio de eventos chiflados y ocurrencias con la gente que tengo cercana, y de mi boca brotan sus dicharachos, salidas, y comparto su misma locura. Tina vive de alguna forma dentro de mí.

Este es, como parte de los cierres, el último post que escribo de esta serie de Tina, aunque probablemente no sea la última vez que la menciono. El final de la película “Amores Perros” dijo algo impactante que aplica ahora: “También somos lo que hemos perdido”.

Antes de cerrar este post, debo disculparme por la revelación que estoy apunto de hacer. Se que muchos de los que han leído estas líneas me tienen estima, y aunque valoro mucho esto, no he querido que el afecto que alguno de ustedes me profese se inmiscuya en lo que he querido narrarles sobre Tina. Esa es la razón por la que he dejado que vean a Tina por lo que es, en todas sus dimensiones. Me he cuidado de revelarlo, pero durante todos estos días, les he estado hablando de mi abuelita paterna.

Sé que brillaste mi vieja loca. Se que todos los que han estado leyendo esto te vieron brillar. Y pronto, bajo un nuevo orden de cosas, cuando volvás y nos encontremos, en la resurrección, nos reiremos cuando te diga: “Diay vieja loca?” y vos me repliqués “Loca su abuela!”. Entonces, “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores [habrán] pasado” (Apocalipsis 21:4).



A la memoria de:
Argentina González Castro
“Doña Tina”
1928-2007.

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