2.8.07

Tina [06]

Para quienes no le conocieron con mayor profundidad, Tina tampoco pasaba desapercibida. En diciembre, su fama llenaba los charts por lo que quizás fue su producto comercial más destacable: Los tamales. Preparados no con masa 'comercial' sino con una mezcla hecha a partir de maíz molido, en la familia y conocidos suyos, comerse un Tamal de Tina significaba la apertura oficial de las fiestas de diciembre.

Era inevitable ver su orgullo de sentarte al frente suyo con un tamal y una jarra de café, y esperar impaciente el -ya seguro para ella- veredicto de decir que era delicioso. Cuando no le iba bien, sus tamales eran solo riquísimos. Regularmente eran bastante más que eso. Durante algunos años a principios de la década de los noventa, Tina incluso llegó a establecer su 'franquicia', y era contratada por los dueños de algunas tiendas para producir sus famosísimos tamales, que eran los regalos navideños maquila que el señor daba a sus clientes.

Aunque yo no celebro la navidad, me gustaba pasar a la casa de Tina y tenía el permiso de mis papás para irme a quedar a su casa a ayudarle en el místico proceso de prepararlos. En teoría mi presencia era útil por mi juventud, y para que ella no recibiera el sereno de la madrugada para pasar el proceso de llevar el maíz cascado a moler. Además los tamales eran hervidos en un fogón algunas veces (las otras en una plantilla de gas), lo que significaba ahumarse forzosamente.

El proceso de visitarla y quedarse con ella siempre llevaba una secuencia parecida: el primer día me recibía con deliciosas comidas y había que luchar con ella para que delegara algunas de las funciones en mí (picar verduras, hervir caldos para la carne, comprar algunos víveres necesarios, o ayudarle a comprar semillas secas para los queques de navidad que preparaba simultáneamente). No hallaba donde ponerme de la contentera.

El segundo día, cuando había que ir a moler el maíz, a Tina se le olvidaba que yo iba a ayudarle y comenzaba a cuidarme como cuando me cuidaba de bebé. Me levantaba en la madrugada y no me dejaba salir si no me ponía 3 pantalones (algo ridículo si consideras que era sumamente flaco para entonces). "Se me pone dos suetas!" (sweaters), interpelaba concomitantemente. "Después se resfría y su madre dice que por andar ayudándome se enfermó, y me va peor que la vez que lo engordé todo".

Así que ahí estaba yo, con 2 sweaters encima, 3 pantalones, sin contar que el visible era un ridículo buzo rojo ladrillo de un hijo de Tina que era bastante más grueso que yo, y aquel balde con maíz zancochado, que tenía un característico olor que solo puedo comparar con las señoras que venden masa en el mercado, con un toque agrio por su sudor. Llegar al mercado a esas horas era un poco intimidante siendo que era zona roja, pero era una experiencia que sabía que nunca más iba a repetir llevar a moler maíz y pasar por todo el proceso de hacer eso antes que saliera el sol, al a vieja usanza. Pero ya comenzaba a verse la inminente necesidad de volver a mi casita por que la convivencia con Tina me recordaba ya no tan sutilmente por qué es que vivia solita...

Ya para la tarde, estaba estresadísima cocinando los tamales, y su tono de mando era bastante más imperativo. No me quejo, yo sabía que era así, y me gustaba ver el proceso. Trataba de hacerle preguntas en las que se perdiera un poco de su estrés contándome vivencias en nuestro terruño Limón, y su famosa casa de Santa Eduviges, que fue el mismo lugar en donde yo nací. Era tan divertido escuchar sus narraciones, sus recetas, sus consejos, y era simplemente de no perderse, escuchar sus cátedras disfuncionales en la materia de lo sexual! Entonces bajaba bastante la presión.

Me tocaba también algunas veces ayudar a atender a los visitantes de la familia que llegaban a verle, reclamando su tamalito. Pero ver la felicidad de Tina atendiéndolos era algo que tenía su sentido de retribución. Luego de comer, conversar, inquirir y chismear, los visitantes se levantaban, dejaban todo y se iban. Entonces mientras Tina iba a su iglesia, yo, en casa me dedicaba a explorar sus cajitas de música, todo el sector lleno de recuerdos de matrimonio, bautizos y regalos de la iglesia que ella guardaba como adornos a manera de salón de trofeos, en una esquina en su sala.

Al regresar, me regañaba un poco más haciéndome ver que el día sigueinte sería fuerte por que había que entregar los tamales. Me daba algo de cenar, como siempre riquísimo, y me mandaba a dormir. Luego de eso se levantaba con las luces apagadas para pasearse por la sala y dar gracias al Creador por el día. Aunque permeadas por el drama que siempre manifestó, las oraciones de Tina siempre me impactaron por que podía escuchar de cuánto detalle daba gracias, y me enseñó a ver lo que es importante agraecer para alguien que rondaba entonces los 65.

El tercer día era básicamente correr a guardar los tamales en las cajas, hacer el tour en taxi por todos sus familiares y las tiendas, y Tina decidía agradecerme invitándome a comerme un granizado con ella en el mercado de Heredia. Debo confesar que no soy de comer en mercados (se que sonó muy cursi, lo siento). Pero cuando alguien me invita, siempre acepto por que considero que vivir ese momento con esa persona es como llevarse un pedacito de ella y ver desde su perspectiva los asuntos. Así que se me van mis prejuicios sobre higiene y bienvenitos los estafilococos.

Tina conversaba entonces, con una sonrisa silueteada en su boca, sobre el proyecto de la tamaleada para ese año, y hacía completo un análisis F.O.D.A. (término publicitario que abarca analizar en detalle las Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas a la hora de lanzar un proyecto al mercado) sobre ellos.

Entonces, luego de eso, recogía mis cosas y me devolvía a casa, un poco cansado. Pero francamente enriquecido. Me resultaba increíble pensar que un trabajo como hacer tamales, pese a ser una rutina que durante años efectuó para mantener viva a su familia, era aún un trabajo que le apasionaba y le ilusionaba. Cómo no se cansaba? Cómo, durante tantos años, nunca llegó el momento que dijera, ya no hago más, fue suficiente? No me arrepiento de haber acompañado a Tina durante los momentos que podía, antes de meterme en esta elefantiásica telaraña del trabajo y los compromisos de la vida adulta.

Hasta la fecha, Tina no puede dejar un diciembre irse sin hacer tamales. Ya no los venden. Su familia en grupo le ha suplicado que no se haga daño más haciéndolos. Todo esfuerzo ha sido inutil. El diciembre pasado, el estrés de los tamales fue muy fuerte. Tina estuvo solita en el proceso y acusó haber sentido molestias sin precedentes a raíz de los colerones que se llevó... Ella creía que eso explicaba la inconsolable picazón, y el malestar estomacal producido... Estos síntomas eran realmente el inicio de una etapa más, que nos dan garantía de que por motivos de salud, no volveremos a ver los tamales de Tina.

Ahora, comerse un tamal será solo comérselo. Ya no será para mí repasar el historial de toda la garra, pasión, tensión y producción de lo que representó para alguien su medio de vida, su orgullo y su sentido de valía hasta un buen grado.

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