16.5.07

Tina [04]

Mi relación con Tina tiene también matices enfermizos. Tiernamente enfermizos, si me permiten agregar. Mis padres estaban viviendo con ella para el momento en el que yo vine al mundo, así que de alguna forma yo le permití vivir un segundo aire con el asunto de cuidar bebés. Como siempre, lo asumió siendo obsesiva.

Mi madre era también muy jovencita, y fácilmente influenciable. Tina le dijo que la leche que yo mamaba estaba mala, y prácticamente me destetó por arrebato. Para aquellos días había hecho un viaje a Estados Unidos, país en el que, según ella afirmaba, “amarraban a los perros con salchichas”. Aquí en mi país eran poco conocidas y productos de plutocracia alimentos de cereales como el Nestum, o papillas similares… Así que yo me convertí en el conejillo de indias al cual atiborraron de comida de esa… Fue poco tiempo el que bastó para pasar de ser un conejillo de Indias, a un cerdo de navidad (en otro post contaré sobre mis problemas de obesidad). Yo se que fue por amor.

Mi mamá cuenta también que en cierto momento llegó a pedirle que me diera a ella en adopción (no se que sería de mí si le hubiera hecho caso), y trató de hacer cuanto pudo por que anduviera con ella como si fuera un rabo. Como ya habíamos emigrado a la capital, la acompañaba muchas veces a Limón. Mientras eso sucedía, yo solía ser el comodín de las culpas. Que se cayó la ‘Cocaleca’ (una niña de la familia), chancleta va, que Juan Carlitos pegó un grito, chancleta viene, que no me comí todo, manazo va, o que se regó el refresco, manazo viene…

Yo fui un niño hiperactivo. De psiquiatra y todo (eso sonó tan Trevi!). Así que se imaginarán lo difícil que era dormir, con una cobija que picaba encima, a la par del bulto de Tina, con la hiperactividad de mis 5 años, en Limón, una provincia por mucho caliente y húmeda. Simplemente se me hacía imposible moverme. Siempre brincaba cuando gritaba con madrazo de por medio que si no era que yo tenía un hormiguero ya saben donde… (no me hagan explicarlo por favor!).

Recuerdo que me llevaba mucho a donde su hermana, una señora gorda, achinada, que siempre andaba sus uñas repintadotas, que a mí siempre se me pareció a Jabba the Hutt. No es una burla. En tu infancia no piensas en eso por burlarte de nadie, es que de verdad se me parecía. Comíamos en su soda, o bien en el de su otra hermana, que también tenía un tramito en el mercado. Siento, como si estuviera ahí, el olor a manteca, masa, frituras y el agrio del sudor de las señoras, al compás de los gritos de Tina.

Creo que después de todo, si hubiera llegado a adulto sin la influencia de Tina, no tendría mucho que contar. Y raro como suene, yo sé que Tina me quiere mucho. Sé que cuesta entenderlo luego de que te ha regañado y pegado por cuanta razón apareciera, pero dichosamente no era un adulto entonces para entender que esos hechos podían interpretarse negativamente. Yo sabía que Tina me quería. Y aunque me asustaba mucho, la verdad, yo también quería, y sigo queriendola.

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