18.2.09

Eva

Aunque sucedió hace días, Eva acababa de comenzar a pensar en el asunto con seriedad. Los invitados estaban tomando café en el novenario, y ella muy altruistamente alistó unos bocadillos para llevarlos a la habitación, y llevárselos a… si, a la persona en cuyo honor justamente se hacía el novenario.

En aquella habitación de piso de madera, olorosa a cajones viejos y sábanas amarillentas de hospital, Eva estalló en llanto y en histeria hasta ser asistida por su madre, que le trataba de consolar, pero internamente se sentía mejor por que finalmente había captado el deceso.

No se podía entender con mucha lógica lo que le pasaba a Eva. Hace tiempos había sido profetizado por la enfermedad, y todo parecía indicarlo a gritos por todo lado. Solo entrar en esa casa olía a muerto. Pero el mundo en el que vivía Eva no permitía captar con plenitud las señales luctuosas que se arrojaban por ahí.

Para dormirse, Eva no contó borregos aquella noche. No. Con los bocadillos añejos en la mesita de noche de Eva, meditó en todos los posibles métodos que podía tener para restablecer su contacto. El ocultismo no la engañaba. Y en mil intentos meditó, pero ninguno le parecía convincente.

Cuando despertó, había vuelto a olvidar el deceso, pero ver los bocadillos en la mesa le recordaron en forma rápida el doloroso episodio del día anterior. Pero esta vez, la frescura de la mañana le hizo abordar el tema de otra forma. Duró poco tiempo alistándose, trenzando su largo y oscuro cabello, y luego de eso salió.



Cuando su madre la visitó aquella otra mañana, no podía disimular sus lágrimas. Ella le preguntaba… “Está lloviendo?”. Su madre rió mientras los músculos de su rostro se movían un poco descontrolados, por el llanto. Eva parecía de buen humor… “Viste esta blusa nueva que me trajeron? Hay que arreglarle las mangas, pero no está mal”. Sin embargo, ambas sabían que Eva no estaba siendo tomada del pelo ni que su ingenuidad le llevaba por ahí…

Eva estaba clara que había sido internada cuando aquella mañana, luego de trenzarse se fue al cementerio a exhumar el cadáver, que ya hedía, y hasta ese momento entendió en una forma clara que había perdido un ser amado. Los gritos desgarradores de una mujer llena de gusanos alarmaron el cuidador del cementerio, y los psiquiatras llegaron con su nueva blusa.

Ella había leído tanto sobre la gente que muere aparentemente y que es enterrada prematuramente, que en su afán heroico intentó rescatar… para darse cuenta de que no se podía decir que era la misma persona aquel cadáver descompuesto y agusanado que encontró. En el barrio se rumora que todo lo que Eva quería era decirle adiós, y nunca se dio la oportunidad.
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