Cuando tenía ocho años, conocí a esta niña que era un año mayor que yo. Se llamaba Carolina. Me encantaban sus ojos oscuros y brillantes, su pelo largo, negro azabache, de ese pelo negro como el de la gente aborigen, me fascinaban… Era suficientemente niño como para ignorar que era inmigrante, así que nunca me pasó (ni me pasa aún) que su procedencia fuera determinante. Era la Winnie Cooper que me tocaba.
Este amor se mantuvo durante muchos años, y con vergüenza admito que de una forma enfermiza. Carolina fue la musa por la cual tenía que llorar en la adolescencia. Si no la hubiera tenido, a como soy, probablemente hubiera inventado una… pero no necesitaba eso… Carolina se hizo muy bonita, y se hizo de un novio que además, sintiendo seguro la cara de idiota que ponía cuando la veía, le prohibió acercárseme. Así que tuve suficiente motivo de sufrimiento y de inspiración para mis poesías adolescentes. Su rostro estaba como sello indeleble cuando me concentraba a escribir.
Se imaginarán, que en mi mentalidad, soñaba con el momento diáfano en el que me le declarara. Yo le iba a decir que le amaba sin importar qué, y que de aquellos rumores que había de ella no tenía por qué pedirle cuentas… Ella era más importante que el resto. El tiempo pasó, y una vez casi lo hago, pero la timidez pudo más que yo… Resulta que Carolina creció, y tomó sus decisiones, que no me corresponde juzgar. Y la verdad, se fue con el dolor de que yo nunca pude declarármele ni ver materializarse el ansiado momento de decirle lo que sentía por ella.
Después de un retiro se apareció de nuevo, con un hijo, en las atmósferas en las que me movía. Era otro momento… yo ya trabajaba, y no me iba nada mal. Ella ya no era tan ‘visible’ para los hombres, por la ‘deshonra de su soltería’… eso era ventaja para mí. Qué me importaba a mí explicarle a nadie si era deshonra o no? Menos competencia! Así podía considerarme a mí, y podría entender que yo le quería mas allá de su 'status social/moral'…
Un lunes, decidí armarme de valor. La invité a cenar en un lugar que se llama “Fridays” (irónico no?). Y, después de pedir un break para ir al baño (bebí mucho líquido y tenía frío en ese balcón), hice mi primer declaración de amor de carácter solemne. Es la única que mantengo todavía. Contrario a mi script, ella no me besó. Tampoco me dijo ‘te amo’. Me rechazó, y me dijo que me quería mucho, pero no le gustaba. Dijo también que yo era muy ‘puro’ para ella (ahora resultaba que no tener historial de don Juan me estaba afectando).
Lo más irónico es: desprogramé el software de aquel enamoramiento, y con la misma duré los meses normales de luto. Un buen día Carolina me llamó. Quería que nos vieramos en Fridays. Era lunes. Yo estaba esquivo, y harto de todas las otras cosas que habían pasado en el proceso de desamor, en las cuales ella me utilizó, y le dije que no quería. Me forzó a que nos viéramos. No tenía corazón para decirle que no, después de todo le quería y nos quedamos de ver en un Mall… Ahí, en ese Mall, Carolina se me declaró más o menos un año luego de todo.
Recuerdo que la vi y le dije: “Carol, había idealizado tanto este momento! Aquí era donde se suponía que te besaba, y la historia terminaba felíz”. Estaba molesto conmigo mismo de que esta vez, contrario a mi script, era yo quien ahora no sentía absolutamente nada…
Sin embargo, el proceso de reconstrucción de mi visión del mundo estaba comenzando… ya comenzaba a darme cuenta que yo no sentía amor, sino falta de amor propio… comenzaba a emanciparme de las cadenas de la agresión doméstica de la que me vi cautivo, así que lo único malo era que no era como yo quería… pero… en ese momento… realmente quería eso?
Corolario: En la vida, las cosas que idealizas más terminan pasando de la forma que menos esperas… Y no necesariamente es malo.
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En 1994, en mi último año del colegio vocacional, se organizó la tan ambicionada despedida de los sextos años. Era nuestro día. Todo el colegio se reunía para hacer una especie de ritual institucionalizado de iniciación a la vida adulta para todos los que nos involucraríamos con nuestra carrera recién adquirida a ganarnos nuestro pan.
Recuerdo con algo de gracia y nostalgia algo que sucedió en esa despedida: mi profesora de diseño, que por mucho tiempo fue antagónico personaje para mí, y con quien tuve mis buenas discusiones defendiendo cosas que consideré digno defender, terminó armando un homenaje póstumo con otros profesores una mini obra de teatro en la que en cierto punto discutían (supuestamente en un futuro distante) sobre lo que había llegado a ser de algunos de nosotros.
En uno de los diálogos, un profe preguntó: “Y ese mae, David, que se hizo?”. “Ah, –contestó otro profe- a ese mae, le va muy bien, tiene un trabajo carguísima allá en los Estados…”. Acto seguido, recordaron en infame acto en el que bailé en la obra de teatro, y se pusieron a imitarme bailando (no es el tema principal, pero la verdad fue muy chistoso ver a los profesores imitarme bailando, especialmente con aquellas panzotas).
En ese instante pensé: creen que puedo llegar lejos. Durante esos días yo olía, comía, bebía, y transpiraba mi realización como ser humano en todos los aspectos. Pero como inmaduro que era, tendía a pensar que la mayoría de mi realización se escribía con la pluma de mi éxito profesional.
Durante mis primeros años de actividad laboral, me dediqué a aprovechar que aprendí rápido, y tuve ofertas de empleo que muchos anhelan. Sin darme cuenta, obtuve mi primer trabajo en la agencia más grande del país (recuerdo como absurdo que le preguntaba a quien me entrevistaba: ‘esta es una empresa sólida?’). Trabajé en por ahí en otras agencias de publicidad de prestigio y la receta era básicamente lo mismo… Me metí en el campo del Web, en donde los años son como los de un perro (1 equivale a 7).
Luego de 5 años en el Web, regresé a la publicidad. Pensé que estaba un poco perdido con el ambiente offset, pero el que se me seleccionara para uno de los proyectos más grandes que se hacía por primer vez en la agencia me dejaron claro que no andaba tan mal…
También trabajé en la enseñanza, generando capacitaciones, escribiendo tutoriales, montando proyectos y estructurando planes de estudio, y con la misma la dejé. Había notado con algo de desazón, que estaba perdiendo mi capacidad de sorprenderme o disfrutar de mi profesión. No es que no me gustara lo que hiciera, sino que finalmente entendía que en este mundo laboral no se mueven las cosas por ideales, como la creatividad o la expresión, sino que solo trabajas para que algún viejo se enriquezca con tu trabajo.
Había encontrado muy confortable el rinconcito laboral que tengo ahora… Disfruto escribiendo, y me dedico de todo corazón a actividades fuera de mi trabajo que me llenan. Quie necesita el trabajo ideal? Pero justo cuando dejo de idealizar el asunto de tener un trabajo que sea mi ‘pomada canaria’, aparece la mejor oferta laboral que he tenido.
La acepté. Comienzo en 2 semanas. Pero creo que me sorprende más la tranquilidad con la que lo he tomado, que cualquier otra cosa. Se suponía que tenía que estar pegando brincos, contándole a todos (pero no en este tono), que fue facilísimo de conseguir el empleo, y que por mis vivencias anteriores todo simplemente calzó para que fuera perfecto…
Mi renuncia tampoco fue algo difícil, como normalmente suele ser, sino que el tanto mi jefe como el gerente me agradecen que haya renunciado, por que un cliente se nos fue y los despidos eran inminentes. Aunque no pensaban despedirme, el que yo me vaya les ahorra la carga emocional de ver a quien despiden, entre un séquito de trabajadores excelentes que tengo por compañeros, donde todos estamos en una etapa seria en la que hay que atender a nivel económico muchas responsabilidades…
Resulta que ahora los plus es que este empleo al que voy calza con mis planes a término medio y lejano, en otras atmósferas que me importan mucho… Otra vez: En la vida, las cosas que idealizas más, terminan pasando de la forma que menos esperas… Y no necesariamente es malo.