Por un saco prestado...
Ese sábado en la mañana, hace 36 años, Roger le prestó su saco de vestir al novio nervioso que lloraba sentado en la acera. El chavalito gemía, exhibiendo su incapacidad para manejar una crisis y decía:“Ya no me caso!”, por que su madre (encargada de llevarle el saco de su traje de bodas a la iglesia), no se aparecía y ya era tarde. Fue gracias a ese saco prestado, que se llevó a cabo la boda de mis tatas.
Supongo que tanto el, como mi mamá, que para entonces apenas tenía tres días de haber cumplido sus 18, hubiesen deseado que las crisis venideras fueran tan sencillas como no tener una prenda. Ha pasado tanta agua debajo del puente! La vida muestra con bofetadas que las cuitas de la juventud no son nada comparado con lo que se vive luego. Mucho dolor y carencias. Ser heridos y herir. Y es cierto que no solo hubo malos recuerdos. Supongo que los más buenos, por respeto a la intimidad, los ignoro. Pero asombrosamente, en la memoria es más pesado el trauma que la sonrisa.
Habiendo estado muy en medio de muchos de esos remolinos, no voy a caer en la ligereza de borrar las crisis, o pretender que no me afectaron. A quién engaño? No a mis papás, de hecho. Pero las cosas toman otro matiz cuando dejas de verlos como tus padres, y ves como lo que eran: seres humanos, casi niños, enfrentando el desafío de sacar adelante una familia, sin instrucciones, y cargando bagajes de agresión, maltrato, dificultades para comunicarse, machismo. Ver a ese par de mocosos hacer frente a tanto es de admirar, no de criticar. Y qué lograron, después de todo?
Yo no se si ellos se sienten románticos (si lo son, obvio no lo serán delante de mío). A veces parece que todo aquello se erosionó un poco y si se recuerdan los problemas puede pensarse que no hay mucho que celebrar. Vivir a veces mata un poco la capacidad de asombro. Pero con ejemplos como los de ellos, aprendí que con el tiempo no importan los besuqueos, ni las merulas, sino la permanencia. A no dejar la casa caerse, ni evacuar por goteras. A seguir intentando, aunque eso implicara hacerlo resignados a que solo quedarían los restos de una relación. En días donde todo es desechable, mis papás me han mostrado que tiene su recompensa resistir, haciendo de tripas chorizo.
Hoy sobrevive una familia que en otro momento di por perdida. Y la cicatrización de muchas heridas (incluidas las mías), es notoria. He visto la capacidad de reacción que se ha en la familia para contener crisis, y nos sostuvo mucho más que la sangre; los viejos hicieron buen trabajo con nuestra crianza. Han sabido llorar. Reír. Estar ahí. Dar. Perdonar. Nos quebramos, pero nos volvemos a armar.
En la tele, los heterosexuales tienen por moda el divorcio, mientras los homosexuales lo demandan como derecho. Desde la esquina, en medio de tanta contradicción, mis viejos siguen mostrando, entre cicatrices y moretones emocionales, con la sonrisa que provee la experiencia, que mi tío Roger no perdió el tiempo prestándo aquel saco. Y lo que lograron no se los prestó ya el sino algo más fuerte (Eclesiastés 4:12). La Biblia no se equivocó, nuevamente: “El amor nunca falla” (1 Cor 13:8), aunque posiblemente esto no se parezca para nada al amor que quizás ellos mismos esperaron que les salvara (la vida tiene buen humor, y siempre sorprende). Que el dolor de aguantar se disipe con los logros… Feliz aniversario!
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