Incomprensible.
Entonces, resulta que no te entiendo. Que no he vivido ni sentido lo que vos, y que un inmenso abanico de diferencias de género, educación, estrato social, privilegios de vida, salud, religión, traumas, tristezas, lágrimas, cónyuges, críos y cuanta otra cosa que más o menos implique esfuerzo o genere crisis pueda marcar a alguien, nos separa y que, yo jamás puedo entender qué es estar en tus zapatos.
No olvidemos tu cerebro. Nunca lo olvidás. Estoy claro que nadie piensa con tu agudeza, visión, superación y capacidad. Que nadie compite con eso (yo por lo menos, no quiero siquiera hacerlo, por que bien se, que salgo perdiendo). Y aunque decís que no presumís, por alguna razón, cuando contás todo tu sufrimiento, parece que me exhibes alguna suerte de medallas, que nunca voy a poder obtener, ni ganar (no se si quiero).
No que tenga algo contra alguien que cuente que las cosas le han costado. Por que en ese caso yo también. Pero seguramente es un tesoro tan valioso, que lo tienes guardado en tu cajón de respuestas frecuentes, como un escudo con el que esquivas cualquier tipo de argumentación que te exija cambio.
Decís que nunca tendrás compañía, por que semejante revolcada en la vida te sumergió en la soledad. Que nadie podrá entender ni aguantar tus restos. Que nadie querrá. Al final, cuando no falten credenciales por falta de capacidad intelectual, lo que hay es déficit de crisis y sufrimiento, o viceversa.
A pesar de lo mucho que predicas tu resignación, hablás de aquel privilegiado que tenga tus oídos, y tus caricias, como un ser épico que debe haber pasado por mil cosas para llegar a obtener el inmerecido premio de ser escuchado.
Tiene que ser un mártir. Masacrado unas dos o tres veces. Que llore sangre. Que vomite vísceras. Que no sea ególatra. Que te cuide, atienda, defienda y entienda. Que piense. Eso es muy importante: que piense. Que sea hombre, pero que su lado femenino lo anule, por que los hombres no piensan. Más inteligente que vos. Que haya leído todo lo que vos hayas sido.
Un mal día, tal vez algo cansado, en medio del derroche de tu exposición, pregunté si había alguna razón para que alguien quisiera ganarse ese trofeo. Si había algún rédito en escalar semejante montaña. En dedicar tanto tiempo en predicar lo bien demarcado de tus territorios. Pensé que podría venir bien poner pies en suelo. Tu sarcástico cuestionamiento lleno de ironía me hizo recordar que no tiene sentido. Acaso lo quiero para mí?
No pierdas la esperanza. En algún rincón del mundo ha de haber alguien que piense igual o más. Que sufra igual. Algún despojo humano que quiera reconstruirse y arreglar su vida, con el único propósito de rescatarte de todos los que no te entendemos, y te discriminamos por eso. Debe ser una pupa reclutada en algún campo de concentración, que lee libros intelectuales en su celda, que una vez libre, correrá a tu encuentro, para que sean felices compartiendo lo infelices que han sido. Y como siempre, tenés razón. Es cierto. No entiendo.
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