Painting: Marilyn Manson
En toda historia hay un malo. Se trata de un mal necesario, por que en nuestro patético drama, los humanos parecemos estamos inconformes si las cosas no están un poquito mal. Falta ese swing, esa pimienta, esa estúpida razón para sufrir que permite que conozcamos la gama negativa de las emociones, las que se tienen que experimentar bajo el agua, sin posibilidad de oxigenarnos.
Usualmente los malos son feos. Para muestra un botón: la madrastra de Blanca Nieves. A pesar de lo linda que era, tiene ese malévolo aspecto, esa cara amarga, esa inmensa cantidad de traumas al mejor estilo de Doña Bárbara que les hace asumir el mundo como un inmenso panal al que hay que chuparle la miel sin dejar para nadie, y matar la colmena entera. Los malos son como zopilotes: no les basta con que la presa del caso esté muerta. Tienen que desmembrarla, destrozarla, no dejar mínimo rasgo y preferiblemente entre más tétrica se vea la apariencia de la víctima es mejor.
Con todo, son los tipos más suertudo. Siempre se llevan la persona más atractiva, y siempre es ingenu@, buen@, si se quiere tont@, arrastrad@, y se la pasa levantándole el rabo a su contraparte La relación romántica siempre se presenta, pero en ella los malos manipulan, acomplejan a la gente y como buenos agresores, y viven en la eterna acusación y cuestionamiento de que los buenos realmente no lo son tanto. Siempre tienen excusa, siempre hayan razones y gozan de la mejor de las creatividades para argumentar.
La forma de operar de los malos es muy cauta: como una serpiente al atrapar su presa. Genera quietud suficiente como para que se asuma que son inofensivos, dejan a la presa desarrollar la confianza necesaria como para moverse con libertad, y luego, en una forma repentina, atacan, hieren fuertemente y matan.
Creo que es un efecto especial: cuando los ves en las películas o en las historias, de alguna forma que no puedo explicar, la inocencia de la víctima se percibe con mas plenitud, como la cara de un bebé que duerme, y el malo se ve con una quietud aterrorizante, déspota, insaciablemente y maléfica. Pero esto es algo que mientras la presa esta viva, nunca percibe. De hecho se imagina que es todo lo contrario.
El premio de los malos, es que disfrutan del control la mayoría del tiempo que dure la historia. Usualmente el poder reside en ellos, y la frustración está del lado inocente, que tiene una infinita esperanza que busca experimentar el momento en el que el corazón dañado cambie bajo la pomada curativa del amor y las caricias, que tan convencidos están que existen (por haber devorado telenovelas, visto películas de Walt Disney, y leído la sección de ‘Sentimientos en Conflicto’ de diario Extra).
‘A todo chancho le llega su hora’; y los malos tienen, por ley del karma, que enfrentar consecuencias nefastas, que por cierto rara vez compensan el daño hecho en el bueno de la historia. La suerte se acaba y en cuestión de un dos por tres todo se acaba, o se desintegra. En algunas ocasiones, el malo logra arrepentirse. En otras vive el resto de su vida llorando su desgracia cantando rancheras en algún bar tercermundista que pulule de música de borrachos resentidos. Pero los buenos que tienen conciencia, deben ejercer contrición, por que todo esto se logra por el estúpido derrotero de buscar swing.
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